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En la última década, los avances en investigación sobre el microbioma humano han redefinido nuestra comprensión de la salud materno-infantil. Hoy contamos con evidencia sólida que confirma que la colonización microbiana inicial del recién nacido es un proceso biológico crítico que condiciona la maduración inmunológica, e incluso neuroconductual desde el nacimiento y durante los primeros años de vida. Este periodo, enmarcado dentro de los primeros 1.000 días, representa una ventana crítica de vulnerabilidad y oportunidad (1–12).
Como profesionales de la salud, nuestro papel es comprender, orientar y optimizar la colonización microbiana temprana, especialmente en relación con el tipo de parto, un determinante clave de la trayectoria de desarrollo de la microbiota intestinal neonatal. Además de guiar a las familias en decisiones informadas y de intervenir cuando las condiciones obstétricas o clínicas alteran este proceso.
La microbiota intestinal no es un simple conjunto de microorganismos: se comporta como un órgano metabólico e inmunológico plenamente integrado en la fisiología humana. En el neonato, el inicio de esta colonización coincide con el nacimiento y actúa como un estímulo esencial para el entrenamiento del sistema inmunitario.
Los microorganismos intestinales tempranos contribuyen a la digestión inicial, a la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCC) esenciales para la integridad epitelial y la homeostasis inmunológica, y a la inducción de tolerancia inmunológica.
Una microbiota equilibrada (eubiosis) promueve estos procesos fisiológicos. Por el contrario, la disbiosis precoz, documentada en estudios de cohorte y metaanálisis robustos, se ha asociado a mayor riesgo de alergias, obesidad, trastornos metabólicos y enfermedades inflamatorias.
Comprender este proceso es clave para nuestra práctica clínica, pues muchas de las intervenciones que realizamos durante el embarazo, el parto y el postparto influyen directamente en esta colonización.
Parto vaginal: transmisión microbiana vertical fisiológica
El parto vaginal permite la transmisión vertical de la microbiota materna, considerada la ruta óptima para el establecimiento inicial de la microbiota intestinal.
Durante el parto vaginal, el recién nacido entra en contacto directo con la microbiota vaginal e intestinal de la madre. Esta exposición constituye la primera gran inoculación biológica y configura una microbiota inicial dominada por géneros como Bacteroides, Lactobacillus y Bifidobacterium, asociados a la maduración inmunológica temprana.
Esta colonización es más diversa y estable en las primeras semanas, favoreciendo la maduración de vías inmunológicas adaptativas. La evidencia indica que la presencia temprana de Bacteroides y Bifidobacteriumcontribuye a la inducción de células T reguladoras, esenciales para establecer tolerancia en los primeros meses.
Cesárea: un inicio microbiano diferente
Esta vía interrumpe la exposición directa a la microbiota vaginal e intestinal materna. En los nacimientos por cesárea, sean programadas o urgentes, la exposición microbiana del neonato se desvía hacia microorganismos procedentes de la piel materna y del entorno hospitalario. Esta colonización temprana presenta menor diversidad y una composición distinta, con mayor presencia de Staphylococcus, Enterococcus, Klebsiella o Clostridium.
La evidencia muestra que estas diferencias pueden persistir durante meses y modificar la trayectoria de maduración inmunológica. Aunque la cesárea no determina de forma aislada la aparición de enfermedad, sí constituye un factor de riesgo añadido en la programación inmunometabólica del lactante.
Como profesionales, debemos comprender que el tipo de parto no solo resuelve un evento obstétrico; también inaugura un proceso biológico determinante para el desarrollo infantil.
La literatura científica ha documentado asociaciones entre la disbiosis temprana y una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades como asma, alergias alimentarias, enfermedad celíaca, diabetes tipo 1 o exceso de peso en la infancia.
Aunque la relación es multifactorial, la colonización microbiana y la maduración inmunológica están íntimamente conectadas: un inicio alterado puede condicionar procesos de tolerancia que, idealmente, deberían consolidarse durante los primeros meses de vida.
Este conocimiento sitúa al profesional sanitario en un rol clave: identificar factores de riesgo, prevenir intervenciones innecesarias y acompañar a las familias en decisiones que influyan en esta programación biológica.
Cuando la cesárea es clínicamente necesaria, existen estrategias basadas en evidencia que permiten favorecer una colonización óptima. La lactancia materna es la intervención más eficaz para modular la microbiota neonatal: aporta bacterias comensales, oligosacáridos (HMO) con efecto prebiótico y compuestos inmunomoduladores que promueven el crecimiento de Bifidobacterium.
El contacto piel con piel precoz y la minimización de la separación madre–bebé favorecen la transferencia de microorganismos maternos. Asimismo, el uso prudente y estrictamente indicado de antibióticos perinatales reduce el impacto negativo sobre la microbiota temprana.
En contextos clínicamente indicados (por ejemplo, neonatos por cesárea o expuestos a antibióticos), la suplementación con probióticos o prebióticos puede modular la microbiota; sin embargo, su uso debe ser individualizado, basado en cepas documentadas, dosis validadas y evaluación del perfil clínico.
Nuestra labor no es solo informar, sino integrar estas estrategias en la práctica clínica diaria, aprovechando cada contacto con la familia como oportunidad educativa.
El desarrollo de la microbiota intestinal neonatal está profundamente influido por el tipo de parto. El parto vaginal proporciona una inoculación microbiana óptima y evolutivamente esperada, mientras que la cesárea, sin dejar de ser una herramienta esencial y a menudo salvadora, introduce una trayectoria microbiana distinta que debemos conocer y, cuando sea necesario, compensar.
Como profesionales de la salud, tenemos la responsabilidad y la oportunidad de acompañar este proceso: orientar con precisión, acompañar en la toma de decisiones, intervenir cuando proceda y garantizar que cada decisión perinatal contemple no solo el presente, sino también la salud futura de la criatura.
La investigación en microbioma continúa avanzando; su integración en la práctica será esencial para una atención preventiva y basada en la evidencia.
La investigación en microbioma sigue avanzando rápidamente y nos ofrece un nuevo horizonte clínico: comprenderlo y aplicarlo será indispensable para una práctica sanitaria basada en la evidencia, preventiva y orientada al futuro.
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