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El interés por los alimentos fermentados ha aumentado en los últimos años gracias a su potencial para favorecer la salud intestinal y el equilibrio de la microbiota. Entre ellos, el kéfir se ha popularizado como una bebida saludable, rica en microorganismos vivos. Sin embargo, cuando hablamos de población infantil y adolescente, su consumo requiere una evaluación cuidadosa desde el punto de vista científico y sanitario (1,2).
El kéfir es una bebida obtenida mediante la fermentación de la leche con una combinación de bacterias y levaduras. Este proceso genera ácido láctico, dióxido de carbono y una pequeña cantidad de alcohol como subproducto natural de la fermentación, lo que supone un factor de riesgo en determinadas etapas de la vida.
Este aspecto es especialmente relevante en la infancia, ya que las autoridades sanitarias, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Española de Pediatría (AEP), desaconsejan cualquier exposición al alcohol, incluso en dosis mínimas, tanto en niños como en adolescentes.
Durante el embarazo, la lactancia y los primeros años de vida, el consumo de productos con contenido alcohólico puede afectar negativamente el desarrollo neurológico y físico del menor.
Para que un alimento pueda considerarse probiótico, debe contar con estudios clínicos controlados que demuestren beneficios concretos para la salud en humanos.
En el caso del kéfir, la mayoría de las investigaciones disponibles se han realizado en adultos y muestran resultados prometedores en la salud digestiva y metabólica. Sin embargo, la evidencia científica en población pediátrica es aún limitada y no permite establecer recomendaciones firmes sobre su uso en niños o adolescentes.
Por otro lado, otros probióticos sí han mostrado eficacia en contextos específicos, como en el tratamiento de enfermedades gastrointestinales, el metabolismo de la glucosa o las infecciones respiratorias. No obstante, estos beneficios son dependientes de la cepa y la especie bacteriana, por lo que no pueden extrapolarse al kéfir sin estudios específicos.
Durante la lactancia y primera infancia
La leche materna es el alimento ideal para el lactante. Aporta nutrientes, anticuerpos y una rica comunidad de microorganismos beneficiosos que ayudan a establecer una microbiota intestinal equilibrada y a fortalecer el sistema inmunitario.
A partir del año de edad
En esta etapa, pueden introducirse lácteos naturales sin azúcar y derivados fermentados con seguridad comprobada, como el yogur con probióticos.
El yogur se elabora con cultivos bacterianos específicos (Lactobacillus delbrueckii subsp. bulgaricus y Streptococcus thermophilus) que garantizan una identidad microbiológica definida y controlada.
A diferencia del kéfir, el yogur no contiene alcohol y, en algunos casos, se le añaden cepas probióticas con beneficios demostrados en estudios clínicos. También puede considerarse la leche fermentada con probióticos, siempre que esté elaborada con cepas seguras y validadas.
El rol de los profesionales de la salud
Los profesionales de la salud desempeñan un papel esencial en la educación alimentaria y la prevención desde las primeras etapas de la vida. Su función no se limita a la atención clínica, sino que incluye la orientación basada en la evidencia científica y la promoción de hábitos saludables entre las familias.
Ante el creciente interés por los alimentos fermentados, es importante que los profesionales de la medicina, la enfermería, la dietética-nutrición y los cuidados auxiliares de enfermería dispongan de información actualizada y:
Además, los profesionales sanitarios son clave para combatir la desinformación y orientar a las familias frente a mensajes comerciales o modas alimentarias sin sustento científico. Su labor contribuye a que las decisiones nutricionales se basen en seguridad, evidencia y bienestar infantil.
En la actualidad, no se recomienda el consumo de kéfir en niños ni adolescentes.
La presencia de alcohol, la variabilidad microbiana del producto y la ausencia de estudios específicos en población infantil justifican una postura de precaución.
Aunque el kéfir puede ofrecer beneficios potenciales en adultos, la seguridad y el bienestar de la población pediátrica deben ser siempre la prioridad. Las alternativas como el yogur o la leche fermentada con probióticos son opciones seguras, nutritivas y con evidencia científica que respalda su consumo.
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