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La hidratación adecuada es un pilar fundamental en el mantenimiento de la homeostasis corporal, siendo su rol particularmente crítico para la salud renal. Los riñones, órganos vitales en la depuración sanguínea y la regulación de fluidos, dependen intrínsecamente de un balance hídrico óptimo para su funcionamiento eficiente. La comprensión de los mecanismos fisiológicos subyacentes, las implicaciones clínicas derivadas de una hidratación inadecuada y las estrategias preventivas basadas en la evidencia son esenciales para todos los profesionales de la salud.
La evidencia científica ha descrito con creciente claridad la relación entre un estado de hidratación adecuado y una función renal preservada, tanto en poblaciones sanas como en individuos con riesgo aumentado de disfunción renal. Sin embargo, aún existen dudas en cuanto a cómo prescribir y monitorizar la hidratación de forma personalizada en distintos contextos clínicos.
Este artículo revisa los principios fisiológicos fundamentales, los hallazgos clínicos más relevantes y las recomendaciones actuales que sustentan el papel de la hidratación como herramienta esencial para la preservación de la salud renal (1–3).
El agua representa más del 50 % de la masa corporal y es indispensable para el funcionamiento adecuado de todos los sistemas del organismo, incluidos los riñones (4,5).
La principal función renal es la filtración de desechos metabólicos y toxinas del torrente sanguíneo, los cuales son posteriormente excretados a través de la orina. Este proceso de filtración, conocido como filtración glomerular (FG), requiere un flujo sanguíneo renal adecuado. Una hidratación suficiente mejora este flujo, optimizando así el rendimiento de los riñones (4,5). Además de eliminar desechos, los riñones cumplen otras funciones esenciales:
El sistema renal, junto con el cerebro, activa la sensación de sed como mecanismo para alertar al cuerpo sobre la necesidad de reponer líquidos y mantener una hidratación saludable. Sin una cantidad suficiente de agua, el organismo enfrenta dificultades para llevar a cabo estas funciones, lo que incrementa el riesgo de complicaciones renales (2,4).
Una hidratación adecuada, definida como la disponibilidad suficiente de agua corporal para mantener las funciones fisiológicas, representa un determinante clave en la salud renal. La evidencia actual indica que una ingesta hídrica suficiente favorece la producción de un volumen urinario adecuado, lo cual contribuye a disminuir la concentración de solutos como calcio, oxalato y ácido úrico en la orina, reduciendo así el riesgo de litiasis renal (2,3,5).
En este contexto, y según lo destacado en ciertas fuentes, las Aguas Minerales Naturales de Mineralización Muy Débil pueden ser de utilidad para la salud renal en diversos escenarios. Estas aguas se caracterizan por tener un residuo seco de hasta 50 mg/l (6–8). Su utilidad en la salud renal se vincula con los siguientes mecanismos y propiedades específicas:
Además, el aumento del volumen urinario en general:
Desde el punto de vista farmacológico, se ha demostrado que una adecuada ingesta de líquidos puede mejorar el aclaramiento de ciertos medicamentos, especialmente aquellos que se eliminan por vía renal, como antibióticos o fármacos nefrotóxicos. Esto no solo potencia su eficacia terapéutica, sino que también contribuye a prevenir el daño tubular asociado a la acumulación de metabolitos. De forma similar, la hidratación periprocedimiento es una estrategia reconocida para reducir el riesgo de lesión renal aguda inducida por contraste en estudios de imagen (1,2).
En conjunto, la hidratación adecuada es una medida no farmacológica, accesible y costo-efectiva, con un impacto positivo demostrado sobre la salud renal. Su integración en la práctica clínica, tanto en estrategias de promoción de salud como en prevención secundaria, debe basarse en un enfoque individualizado y respaldado por la evidencia científica disponible.
Una hidratación inadecuada puede tener consecuencias significativas para la salud renal, presentándose en dos escenarios principales: la deshidratación y la sobrecarga de líquidos.
La ingesta insuficiente de agua conduce a una orina altamente concentrada, lo que facilita la cristalización de minerales y sales, incrementando notablemente el riesgo de formación de cálculos renales. Adicionalmente, la orina concentrada no permite la eliminación adecuada de productos de desecho y toxinas, lo que puede llevar a su acumulación y aumentar la susceptibilidad a infecciones del tracto urinario (ITU) (2,3,14).
Los signos de deshidratación son indicadores importantes que todo profesional de la salud debe reconocer para una intervención temprana (2):
Una deshidratación grave puede comprometer el suministro de sangre y nutrientes a los riñones, resultando en daño renal. ¿Cuán proactivos somos en la detección temprana de estos signos en la práctica clínica diaria de nuestros pacientes? La identificación y el abordaje adecuado de estos síntomas son cruciales para prevenir otras complicaciones serias (14,15).
Aunque menos frecuente en la población general con función renal normal, la sobrecarga de líquidos, definida como un exceso de agua en el cuerpo, es una preocupación significativa en pacientes con enfermedad renal crónica (ERC) avanzada o insuficiencia renal, especialmente aquellos en diálisis (1). En estos casos, la capacidad del riñón para excretar el exceso de agua se ve comprometida, lo que resulta en una acumulación que puede manifestarse como:
En escenarios extremos, como la ingesta excesiva y rápida de agua, se ha documentado que una sobrecarga severa de líquidos puede diluir peligrosamente los niveles de sal en sangre, lo que puede conducir a daño cerebral e incluso ser fatal. Por lo tanto, en pacientes con ERC o insuficiencia renal, es necesario que la ingesta de líquidos sea estrictamente limitada y guiada por el equipo de profesionales de la salud (1,2).
Para fomentar una salud renal óptima y prevenir la formación de cálculos, es fundamental adoptar hábitos de hidratación saludables.
En la actualidad no existe una regla universal aplicable a todas las personas, la necesidad diaria de agua varía según factores individuales como la edad, el peso, el nivel de actividad física, el embarazo o la lactancia, y las condiciones climáticas. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la National Kidney Foundation (NKF), para adultos promedio, se recomienda un consumo diario de 2 a 3 litros de agua total (14,15).
Otros referente como, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) recomienda una ingesta diaria total de agua (proveniente de alimentos y bebidas) de aproximadamente 2.0 L/día para mujeres adultas y 2.5 L/día para hombres adultos, bajo condiciones de temperatura y actividad física moderadas (16,17). Estas cifras constituyen una referencia útil para promover una hidratación saludable en la población general, aunque deben adaptarse a condiciones clínicas particulares, como enfermedades cardiovasculares, insuficiencia renal o estados de hiponatremia o deshidratación.
Es crucial aumentar la ingesta en climas cálidos o durante el ejercicio físico, bebiendo incluso sin sentir sed, ya que la sed es una señal tardía de deshidratación. Se aconseja distribuir el consumo de agua a lo largo del día en pequeñas cantidades para mantener una hidratación constante (5,15).
No todas las bebidas contribuyen igualmente a la hidratación. Algunas, por su contenido de azúcares o sodio, pueden incluso aumentar el riesgo de cálculos renales. Las opciones que se recomieda priorizar incluyen:
Se deben evitar:
La hidratación representa una intervención esencial, transversal y con alto potencial preventivo en el ámbito de la salud renal.
El riñón, como órgano regulador clave del equilibrio hídrico y osmótico, responde de forma sensible a variaciones en la ingesta de agua, lo que puede tener implicaciones directas sobre su función a corto y largo plazo.
El impacto de la hidratación se extiende más allá de la simple homeostasis hídrica, participando activamente en la preservación de la función tubular, la prevención de complicaciones urológicas como la nefrolitiasis y las infecciones urinarias, y el apoyo general a la función renal, tanto en población sana como en individuos con riesgo aumentado de enfermedad renal crónica (ERC).
En el marco de las Guías de Práctica Clínica de KDIGO (1), así como de las recomendaciones de entidades como la National Kidney Foundation (NKF) (14), la hidratación se reconoce como una estrategia de estilo de vida con implicaciones clínicas significativas. Los referentes no establecen directrices específicas sobre hidratación en individuos sin enfermedad renal, pero sí reconocen su importancia transversal en la prevención y el manejo de condiciones asociadas.
En este contexto, la hidratación debe entenderse como una intervención de salud pública con beneficios potenciales en múltiples niveles, especialmente cuando se integra dentro de un enfoque preventivo e interdisciplinario.
La educación sanitaria, la individualización de las recomendaciones de ingesta hídrica y la evaluación regular del estado de hidratación deben formar parte de un abordaje estructurado, multidisciplinar, coordinado y centrado en el paciente por parte de los profesionales de la salud.
En resumen, promover una hidratación adecuada es una medida segura, accesible y costo-efectiva que debería formar parte de cualquier estrategia orientada a mantener la función renal y prevenir la aparición de enfermedad renal en la población general (1,2,14,15).
Scientific Opinion on principles for deriving and applying Dietary Reference Values. EFSA Journal. 23 de mayo de 2016;8(3).